La relación entre el ser humano y la tecnología en el mundo contemporáneo está atravesando momentos de profundos cambios. La distancia que nos separa de los artilugios electrónicos es cada vez más estrecha y sorprende ver cómo tales dispositivos se incorporan a nuestra cotidianidad al punto de que podemos llevarlos en la muñeca, en la ropa que usamos o compartir con ellos el tiempo íntimo de la cama.
El sex-appeal de estos aparatos proviene de su promesa para hacer nuestras vidas más sencillas y productivas, predecir nuestras necesidades y brindar soluciones incluso antes de que se presente el problema que las amerite. Tal eficiencia proviene de una transacción que, más allá del pago inicial por la compra de tales equipos, implica un suministro constante de información proveniente de nuestros hábitos, gustos y ubicación en el espacio, todo lo cual vertimos diariamente a través de las redes sociales y servicios de geolocalización. El complemento de este entramado tecnológico es el desarrollo de sistemas de inteligencia artificial capaces de procesar la ingente cantidad de datos de miles de millones de usuarios en todo el planeta. En este panorama la tecnología deja de ser una mera herramienta y se convierte en un acompañante cuyo acceso a nuestra intimidad es equiparable y aun superable a la del familiar más cercano.
En la reciente edición de la Bienal de Venecia, el cineasta catalán Albert Serra presentó una video instalación, cuya curaduría estuvo a cargo de Chus Martínez, en la cual se interesaba en estos temas. El proyecto se titula Singularidad, un término basado en el concepto de “singularidad tecnológica” usado en los estudios de inteligencia artificial para referirse a un hipotético advenimiento de la “inteligencia artificial general”, que corresponde a un primer estadio evolutivo de la máquina en que esta es capaz de ejecutar cualquier acción que un hombre pueda realizar. Esto implica que una computadora, una red informática o un robot serán capaces de auto mejorarse recursivamente o diseñar y construir computadoras y robots aún mejores que él mismo y superiores a la capacidad intelectual humana, al punto de que se produzca una suerte de “explosión de inteligencia” prevista para una fecha cercana a 2040.
En el caso específico de esta instalación, cuya versión ampliada se presenta ahora en La Virreina (Barcelona, España), el concepto de singularidad contenido en el proyecto de Serra y Martínez se refiere a esa condición moderna de nuestras vidas que ya no está regida únicamente por las circunstancia del capital y la economía, sino también por este nuevo giro epistemológico que implica nuestra interacción con las máquinas, y que será determinante en el modo de entender el futuro cercano del mundo que habitamos.
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