A lo largo del siglo XX, varios artistas buscaron reflejar el carácter industrial y científico de la cultura que les había tocado vivir. Animados por inventos como la fotografía, el cine y el video; medios de transporte como el automóvil o el avión; instrumentos de comunicación como el telégrafo, el teléfono, la televisión y el ordenador; y el cúmulo de electrodoméstico a su alrededor, la obra de estos artistas adquirió la impronta de un gran mecanismo y sus talleres la de verdaderos laboratorio de experimentación.
Una de las primeras imágenes al comienzo de la exposición es elocuente. Tiene que ver con el deseo de volar. Pero no se trata de un ideal romántico. Aquí alude más bien a un empeño de superación a través del trabajo, y por lo tanto, de la técnica, tal vez de la razón. El contenido de esta primera sala nos informa del cambio que experimentó la sociedad como consecuencia de la revolución industrial: la máquina, la torre, la fábrica, la telecomunicación y el individuo entregado en dar vida con su fuerza al ideal que se estaba alimentando. Todo parece apuntar a un mismo objetivo: acelerar el tiempo. La belleza de todo eso.
Vista de la exposición "Imaginarios mecánicos y técnicos en la colección de IVAM" en el Institut Valencià d'Art Modern |
A medida que discurre la exposición vemos cómo se va consolidando una estética que ya no se reconoce en el paisaje y su naturaleza. El cine, el ordenador y el vídeo se suceden como interfases entre el artista y los cambios que se producen en la realidad que le rodea. También hay una especie de nueva organización de la forma artística cuyo origen recuerda el engranaje de la máquina y que se prolonga como una clave hasta la precisión y el cálculo de la abstracción geométrica. También hay una suerte de sabotaje, una actitud que parodia a la máquina y resalta su falta de sentido. No se trata ahora tanto de ser rápidos como de ser precisos, a veces lúdicos. Como una máquina, pero humana.
Íñigo Manglano-Ovalle. Cloud Prototype No. 4, 2006. Colección Museo Nacional Centro de Arte Reina Sofía. Depósito temporal Colección Soledad Lorenzo, 2014 |
La última sala tiene sólo dos obras. Se echa en falta un asiento para contemplarlas y pensar en cómo la ciencia y la tecnología han dialogado con las artes visuales en su registro del mundo. Pero aquí ya no hay frontera. El diálogo luce superado porque el ser humano y la máquina aparecen como integrados en un nuevo organismo amorfo o incorpóreo. Es posible que esto se deba a que la máquina ha dejado de ostentar el papel rector que llegó a ocupar en su esplendor moderno. Ya no le interesa la gobernanza sino asimilarse al comportamiento de las personas y aprender de ellas. Ser cotidiana e inaccesible a la vez, como un haz de luz o como una extraña nube.
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