Anunciada como su primera exposición retrospectiva en Valencia, la Fundación Bancaja presenta “Fernando Botero. Sensualidad y melancolía”, una muestra que a través de cuarenta y cinco obras, entre pinturas, dibujos y esculturas, ofrece una panorámica muy completa de los distintos temas tratados por el célebre artista colombiano en más de seis décadas de labor. Frente a las polémicas que suelen rodear su trabajo, en este artículo se resaltan algunos aspectos de valor que más allá de los prejuicios ayudan a definir la singularidad de Botero en la historia del arte del siglo XX.
El problema como predominio de lo artístico
El arte en su origen etimológico buscaba soluciones, como las que aportaba el talento de un carpintero o un alfarero. En ese remoto tiempo, el pintor, sin ser el autor individualizado en que luego se convertiría, también satisfacía necesidades, ya fuera a través de una imagen que invitaba a la devoción religiosa, de una alegoría que contenía una lección moral o de un retrato capaz de desafiar el paso del tiempo. El camino que convirtió al artesano en artista estuvo marcado en gran medida por una creciente complejidad de la que revistió su trabajo, acompañada de una mayor capacidad de observación y la intelectualización progresiva del mundo físico y espiritual que le rodeaba. Este sentido de la complicación ha llegado hasta nuestros días, y una señal de esa persistencia sería el uso que los artistas y comisarios más sesudos hacen de la palabra “problema”, al punto que más que un concepto ha devenido en una actitud. Esto tal vez explique la frecuencia con que se encuentra el verbo “problematizar” en muchas propuestas curatoriales de arte actual: en el arte contemporáneo pareciera que la premisa es siempre buscarse problemas.
Las soluciones aparentes en la pintura de Fernando Botero
Por el contrario, Fernando Botero es un artista que da la impresión de estar enfocado en las soluciones. Él insiste en que su objetivo es la búsqueda del placer estético, ese deleite que no se limita a la inmediatez sensorial de la cosa material y efímera sino que se prolonga en la memoria y nos hace volver siempre a él. Este afán por el placer estético le otorga a la pintura de Botero un carácter instrumental y anacrónico que contraviene los principios que marcaron el motor del arte del siglo XX. La idea de que una obra de arte genere placer remite al arte clásico, pasa por el Renacimiento y llega hasta los primeros artistas modernos. Esas son las resonancias históricas donde el colombiano se encuentra más a gusto y son los fundamentos de una especie de huerto cerrado hecho para preservar la esencia gozosa de la pintura. De allí también provienen algunos desencuentros con su obra, en especial por esa extraña placidez que nos coloca en un estado de “indefensión” por la aparente falta de problemas que conlleva.
El contratiempo que se vuelve tiempo eterno
Pero las exposiciones de Botero son siempre un éxito de afluencia de público, además de un generador de críticas a favor y en contra, y esta que se presenta actualmente en la Fundación Bancaja no es la excepción. Se trata de la primera retrospectiva del artista en territorio valenciano. Allí están representados, a lo largo de 45 obras, los principales temas que el artista colombiano ha tratado en una trayectoria que se inicia en los años sesenta y llega hasta el presente: la fiesta pagana, el paisaje, la naturaleza muerta, la mujer y el desnudo. Con estos temas, Botero ha creado una idealización del cuerpo humano de signo contrario a las referencias clásicas que autorizan su pintura. Y aquí surge el principal atractivo de su obra: su capacidad para proponer una experiencia estética placentera a partir de una forma que no responde al ideal clásico de la armonía del cuerpo, de una desproporción que resulta improbable por su falta de correspondencia con la naturaleza pero que sólo es posible en su pintura como medio para instaurar el espacio de lo sensual.
El medio que ha hecho posible esta autonomía de su pintura como territorio de creación es el estudio del volumen. A partir del volumen Botero ha creado un mundo de personajes que para una audiencia más amplia podrían resultar curiosos y divertidos, similares al efecto que produce nuestro reflejo en los espejos deformantes de feria. Pero más allá de esta experiencia, los seres que Botero plasma en sus pinturas y esculturas son la puerta de entrada a un mundo hecho de memoria. Y aquí no se trata únicamente de la rectoría de la historia del arte a la que él se suscribe, sino de un tiempo que remite a su infancia, a la exuberancia colombiana, o a un pasaje anecdótico en su vida, todo ello envuelto en una atmósfera de quietud que igual resuena en Piero della Francesca o en la inmovilidad con que operan los recuerdos.
“Pero el problema es que Botero no cambia”. Y aunque lo haya hecho en un par de ocasiones, en todo caso ese sería un problema del espectador, no de Botero. Quien todavía espere un cambio en su pintura a lo mejor no ha comprendido la naturaleza de su proceder. Un cambio suele ser la respuesta a una crisis y esta, la consecuencia de un problema, justamente lo que el artista ha decidido dejar fuera del hortus conclusus de su pintura, un espacio donde el contratiempo se sublima hasta hacerse parte de un tiempo eterno que parece sostenido en la finalidad del deleite sensual y memorioso.
"Fernando Botero. Sensualidad y melancolía". Fundación Bancaja. Del 10 de marzo al 3 de septiembre de 2023. Comisariado: María Oropesa. Más información: fundacionbancaja.es
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