El minimalismo es una corriente artística surgida en Nueva York, que tuvo especial protagonismo entre 1963 y 1965. En ella predominan las estructuras geométricas en apariencia simples, cuyas formas, usualmente de colores, sobresalen del muro y se integran en el espacio expositivo, ampliando las dimensiones sensibles del espectador.
El término, acuñado por el filósofo Richard Wollheim en una artículo de Arts Magazine publicado en enero de 1965, no gozó de la total aceptación de los artistas adeptos a esta corriente, quienes lo encontraron demasiado asociado a un arte simplista o sin contenido. Parte de la crítica y el público también calificó las obras como frías y, en general, alejadas de lo que podía considerarse arte en ese momento.
No obstante, la ampliación de las fronteras del arte luego de la segunda mitad del siglo XX hizo posible encontrar experiencias estéticas trascendentes en la manera diáfana y sin ambigüedades de tratar los materiales y disponer las formas geométricas.
Pero lo que atrajo poderosamente la atención era la intervención que sobre el espacio ejercían estas obras, las cuales, lejos de catalogarse únicamente como pinturas o esculturas, justificaban la denominación de “objetos específicos” empleada por Donald Judd, uno de sus más destacados e involuntarios representantes.
Entre las fuentes del minimalismo se encuentran los constructivistas y los suprematistas rusos. Desde un punto de vista filosófico ha sido también vinculado con el estructuralismo. Uno de los referentes más importantes fue el Cuadrado negro (h. 1915) de Kasimir Malevich, una pintura que resumía las aspiraciones de formas alejadas claramente de lo utilitario y lo representativo.
Entre sus principales adeptos, quienes nunca formaron grupo o movimiento organizado, figuran Donald Judd, Robert Morris, Dan Flavin, Carl Andre y Richard Serra.
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